martes, 20 de noviembre de 2007

Ayer con alegría en mi corazón fui a la presentación de este libro, En un bar lleno de gente con canilla libre de cócteles clásicos seleccionados para la ocasión por Facundo Martín, fuimos servidos por él y Agustin Bertero ambos Jefes de barra de 878, el Barman Invitado el Señor Oscar Chabrés, es considerado el mejor barman clásico del país, ais que fue un lujo estar en este evento.
Los cócteles rendían honor a Las glorias de la cócteleria argentina

“El pato” (Pichin)

Gin 2 oz
Campari 1 dash
Rosso 1 dash
Dry 1 dash
Cointreau 1 dash
Kirsch 1 golpe
Refrescado servido en un vaso Facetado con hielo y decorado con media rodaja de naranja.

“Clarito”
Gin 2 ½ oz
Dry ½ oz

twist de limón

“Cogote”
Brandy 2 oz
Ginger Ale Completar
Directo en vaso largo con un horseneck de limon y gotas de angostura.

“Primavera”
Vodka 2 oz
Jugo de naranja 1oz
Pulpa de Frutilla 1 oz
Jugo de durazno 1 oz
Directo en vaso highball con mucho hielo.

"GENEVE" (Rodolfo San)
Ingredientes:
• 2oz de Gin
• ¾ oz de Jugo de limón
• ¾ oz de Cointreau
• 1 dash de Cassis
Raza del trago: Refrescado.
Servido en copa Cocktail.

Corazon de indio

Whisky 1 ½ oz
Cognac ¾ oz
Ron dorado 1 dash
Creme de cacao 1 golpe
En Copa de destilado decorado con una cereza.

Iberia (Eugenio Gallo)

vodka 1 1/2 oz
ron 1 oz
cointreau 1 dash
jugo de piña 2 oz
batido servido en vaso largo decorado con una rodaja de limón una de naranja y una cereza.

La comida acompaño bien compre el libro y pedi unas firmas a los barmans amigos.
Coctelería Argentina, es el primer libro de cócteles editado en más de 50 años en mi país.

Obra de Rodolfo Reich periodista especializado en gastronomía y bartender egresado del cave (centro argentino de vinos y espirituosas).
Las fotografías son de Lucila Blumencweig.

Tiene notas a 20 bartenders emblemáticos de la nueva generación y 130 recetas

lunes, 19 de noviembre de 2007

Constante


Constante


Por Ciro Bianchi Ross
Todavía a comienzos del siglo XX en Cuba, donde no se conocía o no era popular la palabra “coctel”, se hablaba de compuestos, meneados o achampanados para aludir a las mezclas de bebidas. La ginebra compuesta, que deleitara a nuestros bisabuelos, era la liga de esa bebida con azúcar, limón y angostura, enfriada con hielo, mientras que el achampanado no era más que ron, coñac o vermut mezclado con agua de seltz y azúcar. El tren, otro de los tragos preferidos de antaño, se elaboraba con ginebra y agua de cebada.
Había en ese tiempo una taberna famosa llamada La Piña de Plata. Fue fundada en 1819 y se ubicaba a la vera de una de las puertas de la muralla que entre 1797 y 1863 rodeaba y protegía “la primitiva, modesta, sencilla, patriarcal y pequeña ciudad de San Cristóbal de La Habana”. Una casona de ventanales buidos, a la que acudían petimetres, músicos, militares, faranduleros y hombres de toda laya gustosos de saborear la sabrosa ginebra compuesta, el vaso de agua con anís y panales, el típico vermut “voluntario”, el licor de piña o el sabroso aguardiente de guindas, mientras las señoras, en sus quitrines, bajo el quitasol de seda, saboreaban pastillas de frutas, sorbetes y vasos de refrescos elaborados a partir de las frutas del país.
El bodegón La Piña de Plata se transformó durante la intervención militar de Estados Unidos en el cuartel general de los buenos catadores norteamericanos y sus cantineros fueron poniendo una nota de modernidad en las simples bebidas primitivas. Después de 1902, cuando se instaura la República, esa taberna recibió el nombre de La Florida, pero con el fluir de los años los mismos clientes le dieron la denominación por la que se le conoce aún. La Florida pasó a ser Floridita “por dejarse querer”, decía Fernando G. Campoamor, historiador del ron. Pero el cambio de nomenclatura debió obedecer a una razón más realista. Había otro bar famoso en la época, el del hotel Florida, en la calle Obispo y los propios clientes sintieron la necesidad de distinguirlos y diferenciarlos.
Eso ocurrió en tiempos del catalán Constantino Ribalaigua Vert. En su novela Islas en el golfo, Ernest Hemingway identifica con el sobrenombre de Constante a esa figura legendaria entre los cantineros cubanos y rey indiscutible de los cocteles. Constante le llamaban también sus amigos. Llegó al Floridita en 1914, como dependiente, y, junto con dos empleados más, adquirió el bar en 1918.
Era un hombre emprendedor, de mucha iniciativa, muy trabajador. Entraba al Floridita a las siete de la mañana y se iba de madrugada, cuando despedía al último cliente. Había sido cantinero de algunos de los mejores bares de la capital. En el Floridita, las cosas no le fueron bien al comienzo: debía dinero. Fue así que los almacenistas que proveían el bar le dijeron que le concederían crédito si reconocía la deuda. Constante no lo pensó dos veces. Convenció a sus socios para que les vendieran su parte y, aunque endeudado, quedó como propietario único. De ahí hacia arriba hasta 1952, que es la fecha de su muerte. Cuando ocurrió su deceso, Hemingway escribió: “Ha muerto el maestro de los cantineros. Inventó el Floridita…”
¿QUIÉN ES EL MEJOR?
Constante era un hombre de estatura regular, bien plantado, muy serio. Afable, pero parco. Entablaba el diálogo solo cuando el cliente buscaba conversación. Bebía tan poco que casi podría decirse que era abstemio. En fiestas particulares, si asistía a alguna, no era raro que se diera su trago, pero en el Floridita lo hacía únicamente cuando no podía eludir el compromiso. Creaba un coctel para un cliente y jamás lo cataba antes de servírselo ni después.
Campoamor, que lo trató mucho a lo largo de varias décadas, escribió: “A hora fija se presentaba Constante sobre su discreto estrado como un malabarista que sale a la pista: pantalón negro, camisa blanca, lazo, chaquetilla smoking con delantal, es decir, la etiqueta gastronómica. Alzaba aquellos limones ácidos y jugosos de su propio limonar, y los exprimía a la vista de todos con entera pulcritud en los instrumentos de trabajo. Racionaba entonces los ingredientes según el código. Más de la mitad entre 150 cocteles, contaba con jugo de limón. Y en el país del azúcar, también su consumo entraba libremente en ellos, cuya lista encabezaban los de ron, asistido de toronja, naranja y piña”.
El periodista norteamericano Jack Cuddy, de la UP, cuenta en una crónica de 1937 que un grupo de amigos se hallaba reunido en uno de los bares del Hotel Nacional. Escuchaban al novelista Joseph Hergesheimer, que escribía en esos días un libro sobre La Habana, su enjundiosa disertación sobre el pitcheo de Carl Hubbell, de los Gigantes, uno de los equipos de las llamadas Grandes Ligas del béisbol, cuando sin que nadie supiera cómo ni por qué, la conversación derivó hacia un tema muy diferente: el de la bebida. “Y sin una sola voz en contrario, precisa Cuddy, se coincidió en que beber era para el turista el deporte nacional de Cuba”.
¿Quién es el mejor barman del país? preguntó uno de los reunidos, y el cantinero que los atendía susurró un nombre: Constantino Ribalaigua, el rey de los cocteles. Ninguno de los del grupo lo había oído mencionar jamás, y sin perder un minuto designaron a un comité “de a uno” para que telefoneara al Sloppy Joe’s, a los bares de los hoteles Plaza y Sevilla, y a Prado 86, y buscara otras opiniones. Todos los votos favorecieron a Constante.
Cuddy quiso conocerlo personalmente y acudió al Floridita. Concluye su crónica: “Después de que Constantino me hizo probar varias de sus creaciones, tuve que admitir para mí mismo su innegable superioridad. No sé cuánto cobra. Pero creo que tiene derecho a pedir aumento de sueldo antes de firmar el contrato para la próxima temporada”.
Un escritor inglés a quien Héctor Zumbado cita sin mencionar su nombre en El sexto sentido del barman, vio trabajar a Constante en los años 30. Expresaba:
“Seis de ustedes visitan el Floridita y piden Mary Pickfords. Un muchacho exprime la piña mientras que otro ayudante llena con hielo seis vasos a fin de enfriarlos. Cuando el jugo de piña está listo, Constante lo vierte en una coctelera gigante, toma la botella de ron y, sin mirar, echa una cantidad en la coctelera. También sin mirar, echa en la coctelera el curazao o la granadina. La bebida se bate pasándola de una coctelera a otra, con lo que se forma un semicírculo en el aire. Esta proeza se repite varias veces y Constante entonces saca el hielo que enfrió los vasos, coloca los vasos en hilera sobre el mostrador y con un solo movimiento los llena todos. Cada vaso queda lleno exactamente hasta el borde y en la coctelera no queda una sola gota. Vale la pena visitar La Habana solamente para ver a Constante en acción”.
El barman confesó a Cuddy que sus mejores cocteles eran el daiquiri, el presidente y el Pepín Rivero. Curiosamente, la receta de ese último no aparece en ninguno de los coctelarios consultados, ni siquiera en el que el propio Constantino Ribalaigua preparó en 1939 y del que existen por lo menos dos reimpresiones. Antonio Meilán, su sobrino y discípulo más aventajado, que trabajó durante cinco décadas como cantinero en el Floridita, no la recordaba cuando conversé con él en 1993. Es muy probable que Constante se llevara el secreto a la tumba, o que muerto el señor Rivero, director-propietario del Diario de la Marina, dejara de elaborarlo, me dijo.
CLÁSICOS
En los días de la ley seca en Estados Unidos, el coctel cubano vivió su época de oro. Pero desde entonces muchas mezclas de bebidas quedaron en el camino y no son hoy más que meras referencias.
Aunque los gustos cambian de un bebedor a otro, los diez mejores cocteles cubanos, los clásicos, son Mary Pickfords, Havana Special, mojito, Isla de Pinos y presidente, Santiago, saoco, mulata, ron collins y daiquirí, que figura entre los diez grandes cocteles del mundo junto al old fashioned, el wiski sur, el manhattan…
De ellos, cuatro son obra de Constante: daiquirí, Mary Pickfords, Havana Special y presidente. El Mary Pickfords y el Havana Special se los sacó de la manga, el primero, para rendir homenaje a la célebre actriz norteamericana, y dio al segundo el nombre con que una naviera identificaba los viajes a Cuba desde Cayo Hueso. El presidente lo elaboró según la formulación del general Mario García Menocal. Y al daiquirí, que nació en las minas del mismo nombre en Santiago de Cuba y que hasta entonces se preparaba a rumbo, le aportó las medidas exactas y, sobre todo, el hielo frapé, con lo que le dio el toque mágico que hoy lo distingue y lo dotó de su carta de ciudadanía internacional.
Hay entonces razones sobradas para recordarlo.
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Sigo luchando por el recuerdo de los viejos Barmans licoreros y cantineros.

May The Cocktail Be with You
cuco



domingo, 18 de noviembre de 2007

Pichin el Barman Galante

-“El hombre no esta hecho para la derrota;
un hombre puede ser destruido pero no derrotado.”
E. Hemingway
Lo mismo puede decirse de los cócteles clásicos; siempre se están reinventando, a veces se olvidan pero siempre están vigentes.
En la foto Pichin "El Barman Galante"
creador del Clarito en 1935( la version argentina del Dry Martini)
el primer campeón del mundo de coteleria clasica.
Se lo considera el padre de los barmen latinoamericanos un grande, el Lunes 19 a las 18:30 se presenta un libro sobre la cócteleria Argentina y el va asistir me muero de las ganas de sacarme una foto !!!(cholulez de bartender)

"Dígame, ¿en qué puedo serle útil?", le dijo el presidente Perón. Y entonces Pichín, rápido de reflejos, le pidió... ¡un barco! Era 1955 y el sueño del barman galante se hacía realidad.

Pichín, El Barman Galante, es el sobrenombre con el que una generación de argentinos conoció a Santiago Policastro, que llegó a codearse con los más famosos de los años 40 y 50. Ahora, a los 94 años, en una visita fugaz por Buenos Aires, cuenta que aunque muchos lo llamaban el barman de Perón, él jamás le preparó un cóctel. (extaído dela nacion.com)

Creo tambien el Decalogo del barman,

I. El barman es un artista y la coctelería un arte que se nutre de espíritu, sabor, aroma color, genio y fantasía.

II. La misión del barman es alegrar, no embriagar.

III. Haz del cliente un amigo y no del amigo un cliente.

IV. No ofrezcas nunca una copa sin una sonrisa.

V. Habla lo necesario, no escuches lo ajeno y olvida las confidencias del cliente, procurando que el trato sea siempre el mismo.

VI. Sé el más limpio, el más elegante, el más cordial, el más fino, en todo momento y en todo lugar.

VII. No hagas trampas con las bebidas ni juegues con la confianza de tus clientes: sírveles siempre lo mejor. No des al cliente lo que no quieras para ti.

VIII. Experimenta sin cesar, pero no a costa del cliente.

IX. Huye de las “fórmulas matemáticas” en tus cócteles; la fantasía es en ellos un ingrediente esencial.

X. Siente el orgullo de ser barman, pero merécelo.
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SI alguien consigue su libro Tragos mágicos lealo no tiene desperdicio.
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